sábado, 20 de agosto de 2016

Schúbert en tu piano

Young woman at piano, Julius Leblanc Stewart.

Desmayos de mariposas
en las rosas,
arrogantes lirios albos que se inclinan de tristeza,
catarata de recuerdos, de perfumes, de auras suaves,
de suspiros olorosos escapados de jardines
señoriales;
más sutil que la caída del jazmín y del rocío, que el idilio de las hadas,
y el ensueño de las aves
bajo el velo verdioscuro de los viejos naranjales;
mil nostalgias que se citan dentro del alma, de las íntimas congojas
que acribillan de pesares...
Asimismo:
luz ambigua de la "boheme" luna incierta,
que se filtra en lo más hondo de mi abismo;
languideces de violetas que están pálidas de sueño sobre el púber
pecho níveo de una muerta...
Asimismo, "Serenata de perfumes", la de Schúbert;
los recuerdos que se agolpan, los suspiros desgarrados;
y perfumes de otros tiempos para siempre ya perdidos;
el sollozo puesto en solfa con la música del ruego;
los fantasmas que se mueven de los sueños más queridos;
los anhelos que reviven en las chispas armoniosas del teclado;
¡insepultas ansias muertas que una a una resucitan!
Juveniles esperanzas saturadas de fragancia de azucenas,
que aun palpitan
en las hondas puñaladas de las penas
que dejaron en el alma los propósitos frustrados;
suaves ondas de armonía
con que vuelan las sonoras aves blancas del ensueño,
titilantes aves puras, primogénitas del día,
que alientan la esperanza de la audacia y del empeño.

...Y una sombra que se acerca,
cuyo rostro no olvidamos tras los años todavía.
¡Oh! la amada que soñábamos llamarla "siempre mía"
y ha bajado hasta la tumba con el beso prometido
sobre el labio, de capullo bendecido:
¡Oh! la muerte que, celosa, lo más puro y lo más caro de los sueños arrebata.
¡Oh! ¡la luna, "boheme" blanca,
soledad, viudez de plata!...
Serenata evocadora
de las góndolas de nieve, do viajaban las desnudas ilusiones,
con velámenes de espuma, remos rosa hechos de aurora,
y cantaban las canciones de las flores y la flor de las canciones.
¡Serenata evocadora de ternuras,
de más dulces horas dulces que se fueron con los goces florecidos,
de crepúsculo enredado por los glaucos olivares,
y gaviotas que agonizan en las peñas de los mares,
y sollozos de cautivas esperanzas,
y hambre y sed de lontananzas...!
Auras frescas, que despeinan,
en la espera inenarrable de sus pálidos amados
cabelleras olorosas de princesas pensativas
y fecundan a las almas de mil ansias redivivas:
un amor a lo imposible que florece en las brumosas lejanías
de albos tules;
una música de aromas en los clásicos jardines
de purpúreas clavellinas y campánulas azules,
de nevados floripondios y jazmines...
Todo eso,
virgen mía, tiene un tibio dolor viejo
con olores de algún beso
deshojado, allá en la infancia, cierta lila tarde mustia;
Schúbert llora;
se arrodilla, ruega, implora,
se revuelve por la sala, sobre sábanas de angustia
desgarradas en jirones a los golpes de tu mano,
¡qué divino loco humano!
¡Mas no toques, virgen mía, que algo sufre, que está enfermo!
¡que padece un dolor yermo
tu piano, tu piano...!

                                                            Villarrica, 1918.

viernes, 19 de agosto de 2016

Magdalena eterna

Magdalena, Andrea Vaccaro.

¿Quién  es  esa  mujer, hermano mío,
de quién hablas temblando de coraje,
por  quién  sufres  luminoso desvarío
y   padeces   por   ella   todo  ultraje?
¿Quién   es   esa   mujer?
cuyo    amor     doloroso
te  vuelve  más hermoso
de       tanto       padecer,
la que con luz de estrella
tu    senda    oculta   lava
y  de  la  que,  por  bella,
el     infame    se    alaba.
¿Quién    es   esa   mujer?
Ella  ama  a  los  varones  perseguidos,  no  vencidos  ni  en  los negros reductos de la suerte:
la   eterna   Magdalena   de   los   dulces   y   serenos  Nazarenos  de  amor,  de  rostro  triste;
la  que  ama  a  los  soldados  mutilados,  de  la  luz  y  de  la  vida,  más fuertes en la muerte,
que en los flancos, presentan como rosas sus gloriosas heridas, en señal de heroico embiste...
-Por eso en ti se ensañan: te blasfeman, te maldicen los que nunca, ya nunca han de vencerte:
Es   ella   hermano   mío
por  la  que  sufres tanto;
de   águila    es   tu   brío
y  es   de  león  tu  llanto
cuando   de   tu   querida
los   infames   se   alaban
y   emponzoñan  tu  vida,
mordiéndola  de  envidia
y   nunca,  nunca  acaban
su      oficiosa     perfidia.
A    tu   amor   imposible
los   Judas  ponen  precio,
la     integridad    punible!
Deja       Pilatos      necio:
te       azuzarán       jauría,
te   alzarán    en   la   cruz
como    a   Jesús   un   día
por     profesar     la    luz:
manantiales              rojos
las    lanzas    te    abrirán,
te     sacarán     los    ojos,
ya   los   cuervos   están...
Hermano     mío,    espera
la   hora   de   la  tormenta
la   piedra   que  oprimiera
tu    cuerpo    por    afrenta
tu       Amada      aventará;
ya   ha   de   venir   el   día
de     la     justicia,     lenta,
muy   lenta,   mas  vendrá;
en  tanto,  siempre  espera
tu     imposible    Princesa,
y    alza    negra    bandera
sobre        la        Fortaleza
de          tu         serenidad:

Oh   hermano,   tú   amas   la   libertad.

En voz honda

Elizabeth Ridgely with a Harp, 1818. Thomas Sully.

Joven paraguaya, cantora hechicera,
canta tu cantar,
tu canto perfuma vieja primavera;
canta tu sinuosa, doliente habanera,
que quiero soñar.

Es dulce la noche de luna empapada.
Bajo el naranjal,
la cantora joven toma el arpa amada.
Canta, y se deshace su voz perfumada
cual limpio raudal.

Canta que es tu canto como un balanceo
de olas en el mar.
Cuando en la habanera te escucho y te veo,
se nutre mi vida de un dulce deseo
de sufrir y amar.

Entre los suspiros de las cuerdas finas
rezonga el bordón.
Canta, mi morena, canciones divinas,
quiero que se hundan, sonoras espinas,
en mi corazón.

Paraguaya joven de ojos de diamante:
¡canta sin cesar!,
El arpa suplica con voz sollozante.
Canta, y que tu canto guaraní fragante,
me haga suspirar.

Tengo la inquietante vaguedad del viento,
cuerdas: ¡sollozad!
que quiere sentirse más loca un momento
mi alma vagabunda, yo que vivo hambriento
de la inmensidad!

Que me duele el alma, paraguaya mía,
canta tu cantar;
-en remansos claros fluye la armonía-
canta la más triste, la canción impía
que hace sollozar.

¡Necesito el llanto! El miedo, el espanto
que dejó el azar
en mi vida, sólo se alivian con llanto:
canta, paraguaya, tu más triste canto,
que quiero llorar.

Cantora morena de arpa melodiosa:
canta más y más,
que me duele el alma vagabunda, y goza
sólo con tu canto de brisa olorosa,
¡no calles jamás!

Canta y llora y canta la canción impía
que hace padecer;
llora como el arpa llantos de armonía,
llora una azul gota, paraguaya mía,
que muero de sed.

                                                             Villarrica, mayo de 1917.

miércoles, 17 de agosto de 2016

La amarga plegaria de unos labios en flor

Death of marat. Jacques-Louis David.

Dejadme, mis amigos, solo con las estrellas;
necesito de calma, de paz, y necesito 
que se nutra mi espíritu de amor y de infinito,
solo, con las estrellas, bajo la noche azul:
no me busquéis, os ruego, dejadme. No quisiera
mis cantos y suspiros que recojáis del viento,
porque podrán mis versos, con su fatal aliento
empañar la alborada de vuestra juventud.

¡Dejadme solo, solo! Yo soy aquel que un día,
ritmaba estrofas de oro, de sueño y primavera,
brindando por el Arte, la Vida y la Quimera,
sentado entre las dulces princesas del placer;
ya soy, ahora, el hijo del mundo con el alma
pálida y afligida; mis sueños juveniles
se fueron con mis veinte ya difuntos abriles,
y aquellos frescos años jamás han de volver.

Mis ilusiones fueron claroscuras gaviotas
que volaron un día rumbo a playas remotas,
en bandadas alegres, para no volver más;
eran locas y audaces errabundas del cielo,
y habrán muerto ¡quién sabe! de ansiedad y de anhelo
con la sed infinita de beber cielo y mar.
  
Sobre mi joven frente se ve la enorme marca
del destino, y el rostro tiene la prematura
gravedad tragicómica que le dio la amargura
al pasar por la sucia callejuela del mal.
Sutil hipocresía: me esfuerzo a ser risueño,
a ahuyentar la tristeza... cuando sufro y de noche
se me acerca el fantasma del cadáver de un sueño
insepulto y mal muerto que no puedo olvidar.

Mi carne pecadora ya tiene las señales
profundas de la vida; las injurias del mundo
me acribillan feroces con sus siete puñales,
por eso, mis amigos, quiero que huyáis de mí;
mil veces pasmada está la sangre de mis venas
por el glacial espanto de la miseria humana,
y en mi jardín fragante las blancas azucenas,
moradas las ha vuelto mi invierno juvenil.

Mi juventud es como si fuera una virgen pálida
apoyada en la lira, donde duerme una estrofa
inmortal, aún en forma de armoniosa crisálida
que algún día, ¡tal vez nunca! mariposa será;
virgen pálida y sola ¡juventud! mi tesoro:
con un ala de cisne desplegada hacia el cielo,
en la orilla te espera dulce góndola de oro
y... una rubia sirena canta en medio del mar.

He de alzar como hostia mi corazón, sangrante 
de tremendas heridas, hasta la Estrella pura
del amor y del arte que en mi noche fulgura,
porque se lave al beso de sus labios de luz...
Dejadme, mis amigos, necesito de calma,
de silencio, que el mundo me olvide, y necesito
estar solo, muy solo, de cara al infinito
con todos mis dolores bajo la noche azul.

He caído tres veces –-golondrina vencida-
en los irresistibles brazos de las adúlteras
delicias luctuosas, deshojando mi vida
como una enorme rosa, llena de juventud. 
Yo, pecador, confieso que llevo en carne el signo
de cilicios profanos, y después de los besos
impuros de este mundo, que mi labio es indigno 
de nombrar a mi amada, ni posarse en la cruz.

La sonrisa perversa de Satán en mi savia
fluye, y bajo mi lengua quema con su delicia
el beso voluptuoso de la serpiente sabia
que me clava profundos sus ojos de rubí:
soy tan impuro y malo. ¡Con el corazón lleno
de infinita tristeza, murmuro en los crepúsculos
con los ojos cerrados: “Yo quiero ser más bueno,
Señor mío Jesucristo, no te olvides de mí”!

                                             Villarrica, mayo 1917.

Comunión

Tristan and Isolde. Hughes Merle.

Bien amada sedeña: ven conmigo; la siesta
está con sus colores como un rosal en fiesta.
Ven, amada: desnuda tus pies como de aurora
y... vamos a la sombra de la selva sonora.

Vamos junto a la peña donde ha tomado asiento
el indio pensativo que murió de tormento.

Tengo hambre de los dulces milagrosos beleños
que la miel aromada de tu lengua me enseña;
deja que sobre tu hombro, como un fardo de sueños
incline mi cabeza, bien amada sedeña.

Ambularemos juntos como dioses perdidos,
bajo los naranjales y las lianas en flor,
rondaránnos por guardia las pintorescas fieras,
y esponjarán la cola, y rugirán de amor.

Eres nota y perfume de mis grandes tristezas,
de la luz de tus ojos son mis ojos avaros...
Siéntate en esta peña, te diré mil bellezas
que en el siglo no han dicho los poetas más raros.

Ambula, amada mía, bajo la oliente fronda
la sombra pesarosa de un Mariscal vencido,
y como si sintieran veneración tan honda,
a su paso se inclinan los laureles, sin ruido.

Guaraní melancólico de la fama perenne,
se arrodilló a la Luna junto a la misma peña...
y acarició la raza bajo el "tayí" solemne,
no sé qué sueños de oro, bien amada sedeña.

Sobre esta verde grama y estos dorados yuyos,
inconsolable un día se arrojó Urutaú
llorando; la de los ojos negros como los tuyos
y muslos armoniosos; única, como tú.

...............................................

Vamos a la caverna do las estalactitas
son lágrimas serenas con que las rocas lloran
su gran dolor de siglos, y donde tus benditas
hermanas invioladas, las hadas blancas, moran.

Y oficiemos la misa, que ha callado hasta el viento
para darnos oído. Que tu boca hecha flor
sea el cáliz divino, perfumado y sangriento,
y por mí y por el indio que murió de tormento
dame, amada, tu pura hostia pura de amor.

                                              Paseo, 1916.

Notas:

Tajy (tayí): Lapacho.

Urutaú: Leyenda Guaraní. Ñeambiú (hermosa india guaraní hija del cacique) convertida a su vez en Urutaú, elije la rama más vieja y deshojada de aquellos sauces para llorar eternamente su desventura por la muerte de Cuimbaé (a quien Ñeambiú correspondía con idéntica vehe­mencia el cariño hondo y apasionado).

martes, 16 de agosto de 2016

En el belvedere

Victorian lady, Brenda Burke.

Fue una noche asuncenamente bella: fingía
desmayos de ternura por mi corbata gualda.
Verlaine, dentro mi copa de ajenjo, sonreía
con una irresistible sonrisa de esmeralda.

Lloraban dos violines. Cien princesas había
en el café sentadas. Entró una, de espalda
tersa como la luna; radiosa geometría
me hizo soñar de paso su voluptuosa falda.

A unos metros escasos, la joven tomó asiento
y desde bajo el ala de su sombrero rosa
me miró y dio el perfume de una sonrisa al viento.

Bebí mi ajenjo, y luego, temiendo me avasalle
aquella tentadora sirena luminosa,
corazón en la mano me refugié en la calle.

                                                          Asunción, marzo 1916.

Alabanza

Pavonia, 1859. Lord Frederic Leighton.
                                        
                                                            A Iluminada

En un álbum, escribe en cuartetas
su florida alabanza el poeta,
a la virgen de ojeras violetas
y de rostro de rosa mosqueta.

-Tu pupila atesora y la enluta
la nostalgia de tu alma impoluta:
tu pupila, que finge una gruta
secular, de la noche absoluta...

Del lejano país del cariño
donde mora el flechero dios-niño,
vinieron dos palomas de armiño
a hacer nido bajo tu corpiño...

La brisa tus guedejas desata
por tu pálida nuca de plata
que es, a modo de una luna llena,
sueño, azucena...

Y una grata delicia que mata,
sangra de esa tu boca escarlata:
¡quién sufriera la dulce condena
de morir de su miel que envenena!

Quién pudiera bajar a la gruta
secular de tus ojos, que enluta
el misterio, a llevar la impoluta
claridad de una gloria absoluta.

Y pudiera pedirte la alhaja
oriental de tus ojos, que cuaja
negra luz en diamantes y raja
las tinieblas... pedirte en voz baja,

sin temor a la fina acechanza
de Cupido, que aguza una lanza
y se embosca, por ver si no alcanza
dar oído a la grata alabanza.

                                                     1919.