Still here, Sarachmet.
I
En el ámbar disuelto del limpio plenilunio
-palidez de amor e infortunio-
ha mojado sus alas la noche transparente
y el dulce centelleo del lucero de junio
recuerda la mirada de una querida ausente.
Por la senda florida de infinita frescura
-¡oh jardín de la vieja ventura!-
vaga una niña sola que con manos radiosas
lleva un "bouquet" fragante... Es la espectral figura
del recuerdo, que suele de noche cortar rosas...
Del pretérito insomne surge un lirio sin dueño,
-infeliz marqués del ensueño-
misterioso, impoluto bajo la noche ambigua.
¿Quién duda que es el alma de un olvidado sueño
que hoy satura el ambiente de su nostalgia antigua?
II
De no dormir ya enferma, errante por el cielo,
-¡oh cruel, sin par desconsuelo!-
la princesa nocturna de pálida aureola
esparce los topacios lívidos del anhelo,
madona nocherniega, mística, triste y sola.
A la alta media noche desgrana evocadora
-¡canta, viola; guitarra, llora!-
como un collar de perlas su vals la serenata
con el llanto de oro de la flauta sonora,
tal vez en la ventana de una mujer ingrata.
La luna pone un beso sobre el sonoro puente
-milagrosa caja que siente-
y el violín solloza por el amor de un día,
que ha florecido ¡apenas! un albor solamente,
para morir soñando como la vida mía.
III
Entra un chorro de luna por la ventana abierta
-lividez lilial de una muerta-
a cuajarse en el fondo del embrujado espejo,
que en sus marcos mohosos de súbito despierta
como un colosal ojo que me mira perplejo.
Me mira... nos miramos, profunda y mansamente
-solitario cristal que siente-
en la paz misteriosa de la desierta sala,
y siento que, de tanto mirarle frente a frente,
por mi cara una gota, como un astro, resbala.
En el espejo licua la luna rubio encanto
-silencioso, lívido llanto-
y unas mujeres pasan por su solitario abismo
con nardos sobre el pecho, vestidas de amaranto...
El embrujado espejo que miro soy yo mismo.
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