que imposible creen vivir sin soñar,
son los que padecen la sed de infinito
en el poema dulce de Elena y Oscar.
En la hora santa de amor y de vida,
cuando la nocturna sombra auspiciadora
vela sobre el mundo, como su "querida"
morena enjoyada que el rocío llora,
deshojaron rosas desde los balcones
que dan hacia el valle del Silencio, abiertos
para los hambrientos de más sensaciones
que gustaron todos de los desaciertos,
y aun tienen ansias de sentirse ausentes
de su propia carne, lejos de sí mismos,
de palpar los sueños rojos y candentes
sentados al borde de su propio abismo.
En esos balcones, parece que un viento
llega desde el otro lado de la vida
lleno de frescura y enternecimiento,
que hasta la gran pena de vivir se olvida;
se cuajan las íntimas bellezas soñadas
en el linde aguado de la lontananza,
y arriban las suaves brisas perfumadas
que a las almas preñan de amor y esperanza.
En esos balcones del Sueño, suspensos
vivieron cien raudos años de esplendores
cuajados de gloria; cien años, condensos
en un estupendo minuto de amores.
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Elena amorosa de ojos vesperales
y Oscar, de sedosos bucles renegridos,
prestan los motivos hondos y fatales
para que estos versos sean versos vividos;
versos que florecen en la lejanía
de una novelesca dicha ya perdida,
versos en que flota la tibia poesía
de probar la dulce "manzana prohibida".
Después que pidieron a suaves beleños,
las dosis sagradas de ansias inmortales
y, que se empaparon, en hondos ensueños,
de todas las caras bellezas triunfales
que alientan las locas almas juveniles,
enfermas de grandes fiebres incurables,
adoraron juntos las diosas seniles
que auspician los goces tiernos e inefables!
Juntaron los labios, de pasión candentes,
y encendieron juntos, en el templo oculto,
el fuego sagrado de sueños vehementes
y a la Primavera rindieron un culto.
De todos los vasos los vinos mejores
que exaltan, sutiles, los cinco sentidos
e inflaman los besos de los amadores
sobre los intactos senos florecidos...
¡De todos los vasos buscaron el fondo!
Después que pasaron, bebiendo poesía
en el suprambiente de un éxtasis hondo,
que el amor provoca, de sabiduría;
bajaron al césped fresco de delicia
donde la materia sensual se elabora
la carne rosada para la caricia
bajo la ley sacra, bella y pecadora,
que auspicia el engendro, nutre los ovarios,
y es la ley suprema que rige la eterna
sinfonía celeste –ritmos planetarios-
dulce como es dulce la canción materna;
fecunda las secas entrañas de piedra
de negros peñascos y cubre de rosas
los muros inermes vestidos de yedra;
¡y en secreto gesta razas luminosas!
¡Oh amor, por ti se hincha la ubre gigantesca
de la madre Tierra, generosa y buena;
por ti fluye y triunfa la delicia fresca
de la primavera que sube en la vena!
Por ti la paloma que arrulla el boscaje
tal vez al suave calor de un anhelo,
por ti en las cavernas rugen de coraje
panteras en cinta y leonas en celo;
por ti este poema que tiene fragancia
de las olorosas flores en connubio,
cuando la radiosa primavera escancia
el raudal dorado de su polen rubio!
Oscar con Elena vivieron la plena
vida de los sueños, fragante de besos;
lloraron de dicha, cantaron de pena
y amantes probaron todos los excesos.
Pecar es sublime, sagrado y divino,
el amor es cumbre que hasta Dios se eleva;
sólo el que ha pecado cumplió su destino,
manantial perpetuo de la Vida Nueva.
Bendito mil veces el sacro minuto
de arrojar al surco chispazos de vida,
¡bendito el pecado, bendito es el fruto
de la milagrosa manzana prohibida!
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Y en una mañana de las más hermosas
llegó la cruel hora de la despedida:
el barco ligero de velamen rosa
se perdió en la bruma llevando la vida.
Llevando la Elena de ojos vesperales,
la que reina y maga del amor, solía
abrir los balcones de sueños astrales
y matar a besos la melancolía.
El recuerdo queda de lo así vivido
como una columna solitaria y trunca ...
Una azul mañana Elena se ha ido
y tal vez no vuelva, ya no vuelva nunca.
1917.
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