Elizabeth Ridgely with a Harp, 1818. Thomas Sully.
Joven paraguaya, cantora hechicera,
canta tu cantar,
tu canto perfuma vieja primavera;
canta tu sinuosa, doliente habanera,
que quiero soñar.
Es dulce la noche de luna empapada.
Bajo el naranjal,
la cantora joven toma el arpa amada.
Canta, y se deshace su voz perfumada
cual limpio raudal.
Canta que es tu canto como un balanceo
de olas en el mar.
Cuando en la habanera te escucho y te veo,
se nutre mi vida de un dulce deseo
de sufrir y amar.
Entre los suspiros de las cuerdas finas
rezonga el bordón.
Canta, mi morena, canciones divinas,
quiero que se hundan, sonoras espinas,
en mi corazón.
Paraguaya joven de ojos de diamante:
¡canta sin cesar!,
El arpa suplica con voz sollozante.
Canta, y que tu canto guaraní fragante,
me haga suspirar.
Tengo la inquietante vaguedad del viento,
cuerdas: ¡sollozad!
que quiere sentirse más loca un momento
mi alma vagabunda, yo que vivo hambriento
de la inmensidad!
Que me duele el alma, paraguaya mía,
canta tu cantar;
-en remansos claros fluye la armonía-
canta la más triste, la canción impía
que hace sollozar.
¡Necesito el llanto! El miedo, el espanto
que dejó el azar
en mi vida, sólo se alivian con llanto:
canta, paraguaya, tu más triste canto,
que quiero llorar.
Cantora morena de arpa melodiosa:
canta más y más,
que me duele el alma vagabunda, y goza
sólo con tu canto de brisa olorosa,
¡no calles jamás!
Canta y llora y canta la canción impía
que hace padecer;
llora como el arpa llantos de armonía,
llora una azul gota, paraguaya mía,
que muero de sed.
Villarrica, mayo de 1917.
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